Fotografía: Francisco Campos Paredes
Para poder disfrutar de unas enfrijoladas, sopes o panuchos, entre muchos platillos más, el frijol que se emplea tuvo que pasar por un proceso de domesticación y evolución de al menos 10 mil años, según demostró una investigación realizada en la Unidad de Genómica Avanzada (UGA) del Cinvestav.
Esta leguminosa pasó de ser una planta silvestre a ser uno de los ingredientes más importantes en la cocina mexicana, al grado de que en la actualidad se consumen en el país más de 50 variedades, desde blancas alubias hasta frijoles negros.
México es reconocido como centro primario de domesticación y diversidad genética del frijol, especialmente en el género Phaseolus vulgaris o frijol común, la leguminosa de mayor consumo humano que representa 36 por ciento de la ingesta diaria de proteínas de la población mexicana. Por ello es necesario agilizar los programas de mejoramiento de este cultivo para enfrentar el reto de la seguridad alimentaria del país.
Una manera efectiva de hacerlo es a través del estudio de la información genética de las variedades y especies de frijoles con que cuenta México. La investigación realizada en UGA, reconstruyó un modelo evolutivo del frijol común en el continente americano, que refuerza su origen Mesoamericano, revelando un evento de especiación sorprendente en la zona central de los Andes. Asimismo, este proyecto evidenció cómo se ha modificado esta información (genoma) a lo largo de la evolución y desde su domesticación, así como la capacidad de intercambio de material genético entre poblaciones silvestres y cultivadas.
Martha Rendón Anaya, investigadora cotitular del estudio, explicó que se secuenciaron 30 genomas de frijol comprendiendo 12 especies diferentes. Donde también se estableció que los procesos de domesticación que iniciaron hace alrededor de 10 mil años de manera paralela en Mesoamérica y la zona de los Andes, afectaron un número importante de genes en común (599), lo cual explica que las variedades domesticadas compartan una serie de rasgos morfológicos de importancia agronómica.
La investigadora aseguró que este descubrimiento dilucida en gran medida la adaptación de la planta a varios climas y condiciones: “una de las consecuencias más interesantes es que hay muchos genes de resistencia al estrés biótico y abiótico, que se mueven con frecuencia entre diferentes poblaciones y eso permite que el frijol se adapte a diferente climas donde es introducido”.
Alfredo Herrera Estrella, líder del proyecto, comentó que el P. vulgaris tiene la capacidad de compartir material genético tanto con especies silvestres como mejoradas, hallazgo que apoyará en gran medida a realizar programas de mejoramiento genético dirigido y así contribuir al incremento de la productividad y disponibilidad de este cultivo. “Regularmente se cree que el frijol es una planta autógama, es decir que se autopoliniza, por lo tanto se creía que difícilmente tenía material genético de otras especies. Sin embargo, esta investigación demostró que existe transferencia de información genética entre poblaciones silvestres y domesticadas como resultado de hibridaciones o cruzas naturales”, mencionó el investigador.
Con este modelo se pudo visualizar en dónde están sus ancestros y cómo se fue moviendo en el continente americano para después ser domesticado tanto en los Andes como en Mesoamérica, encontrando una especie hermana de P. vulgaris que previamente se había considerado su forma ancestral.
Para realizar este proyecto se estableció un equipo multidisciplinario que incluía la plataforma tecnológica de secuenciación y análisis informático más robusta de Iberoamérica, con la participación de grupos de investigadores de Argentina, Brasil, España y México, bajo la coordinación de la UGA del Cinvestav.
El equipo en una primera entrega de su trabajo, descifró el genoma completo de una línea de frijol mesoamericano, reportado en febrero del año pasado. Este proyecto ha permitido demostrar la capacidad de países iberoamericanos en materia de desciframiento genómico y deja en claro el impacto que a futuro podrían tener esta área y la bioinformática en problemas que atañen a nuestras vidas de manera muy importante, como la lucha contra el cambio climático y el reforzamiento de la seguridad alimentaria.
Es a través del conocimiento que se podrá tener aplicación en programas de mejoramiento genético que incrementen la calidad de la semilla y el rendimiento del cultivo del frijol, así como preservar la biodiversidad.
Esta leguminosa se produce en las 32 entidades del país, tan sólo en 2016 la superficie sembrada de frijol fue de un millón 632 mil hectáreas, de las que se obtuvo una producción de un millón 766 toneladas, según datos proporcionados por la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación.