Y vi una luz brillante asomándose a lo lejos. Y vi su fulgor amarillento posarse con benevolencia sobre el océano. Esa repentina luminosidad que suele fungir como guía de navegantes perdidos funcionó, también, para sacarme del mar de la incomprensión.
Y vi a José Gordon, ese novelista, ensayista y traductor investido desde hace tiempo como divulgador científico convertirse en ese faro que ilumina y despeja la perenne oscuridad de la ignorancia. Y vi el esfuerzo y dedicación vertido en cada página de El inconcebible Universo, intentando que su luz propia logre brillar lo suficiente para ayudarnos a cruzar ese tempestuoso mar.
Y entonces me imagino que cada una de esas pequeñas letras que atiborran las páginas se convierte en una cuerda vibrante que se mueve en nueve diferentes dimensiones, me imagino que ese mar quizá sea algo más espeso, más denso, casi como una sopa de quarks y gluones, y que esa luz que se curva tardará tanto en llegar a Andrómeda que no podrá iluminarla ahora, sino en miles, millones de años.
Y veo a una mujer descubriendo el Universo en la boca de su hijo que en algún punto recóndito ve a una mujer viendo el universo en la boca de su hijo que, a su vez, hace lo propio como en un interminable juego de espejos enfrentados cara a cara. Y el espacio y el tiempo se hacen uno mismo, y mientras mi hijo me dice que una película es muy larga, a mí este libro se me hace muy corto, comprobando que los relojes no van al mismo ritmo para todos.
Y veo la música y escucho las ondas gravitacionales, y saboreo lo que huelo, olfateo lo que palpo y toco lo que mis otros sentidos perciben. Y José Gordon, convertido ya en un robusto faro, me enseña que el arte y la ciencia son indivisibles, se funden, se abrazan. Y mis sentidos perciben a Cortázar, Stravinsky, Darío y a Baron-Cohen por igual, así como a Paz, Kundera, Bach o Kandinsky tanto como a Penrose, Gell-Mann, Smoot o Einstein.
Y emulando a El Aleph, de Borges, este libro inicia cada capítulo hurgando el universo, viendo sus distintos ángulos e hilvanando el arte y la ciencia mientras logra formar un lienzo de poco más de 200 páginas que hace posible comprender lo que, frecuentemente, suele ser incomprensible, como sucede con la materia y la energía oscura, el modelo estándar, las supercuerdas, el bosón de Higgs, la correspondencia holográfica y los agujeros de gusano.
Y vi cómo yo, convertido en ese frágil esquife que navegaba en la oscuridad del desconocimiento, encontraba en José Gordon ese estoico faro que me guió por el mar de letras hasta lograr hacerme atracar en buen puerto.
Y veo que tú no eres yo a pesar de que también lo eres, así que ya no estoy solo, la soledad la rompió este libro que, por medio de su excelente prosa, ha logrado que el autor y el yo lector nos juntemos en un cálido abrazo de unidad.